Miedo.
Miedo a fallar.
Miedo a follar.
Miedo a todo lo que nos rodea, pero más miedo de todo lo que nos mantiene cosidos por dentro.
Las costuras que nos aguantan, que nos salvan de rasgarnos entre mierda y sueños de niebla en la que me pierdo, me toco, pero ya no me siento.
Miedo a las caricias que ya están muertas antes de dejar las manos.
Y a las que agonizan presas en corazones de niños que son adultos cobardes, cansados.
Lágrimas de sangre de las agujas que se quedaron al intentar volver a unir todos los últimos retales de lo que ya no sabes si late dentro.